¿Tu consultante llega en rol de niño o padre? Qué hacer cuando no puede volver al adulto

Una mirada desde el Análisis Transaccional en la terapia integral

Como terapeutas, nos enfrentamos constantemente a situaciones que desafían no solo nuestras habilidades técnicas, sino también nuestra capacidad de sostener un espacio seguro y efectivo para la transformación. Uno de los dilemas más frecuentes —y a menudo subestimados— ocurre cuando un consultante llega a la sesión operando desde un estado del yo que no es el Adulto.

Hoy quiero compartir contigo una reflexión profunda sobre este fenómeno, basándome en el Análisis Transaccional de Eric Berne y en años de experiencia acompañando procesos terapéuticos.

Los tres estados del yo: un breve recordatorio

El Análisis Transaccional nos enseña que cada persona opera desde tres estados del yo:

El Estado Padre: Contiene las normas, creencias, valores y comportamientos aprendidos de figuras de autoridad. Puede manifestarse como Padre Crítico (juzgador, controlador) o Padre Nutritivo (protector, cuidador).

El Estado Adulto: Es el estado de conciencia presente, racional y objetivo. Aquí residimos cuando procesamos información de manera equilibrada, tomamos decisiones desde la autonomía y respondemos (no reaccionamos) a la realidad.

El Estado Niño: Almacena emociones, sensaciones y patrones de la infancia. Puede expresarse como Niño Libre (espontáneo, creativo) o Niño Adaptado (complaciente, rebelde, temeroso).

En una sesión terapéutica efectiva, necesitamos que el consultante pueda acceder a su Estado Adulto, porque desde allí puede observar, comprender e integrar los procesos que emergen durante el trabajo.

Cuando el consultante llega en “rol de niño”

¿Cómo lo identificamos?

Un consultante en Estado Niño puede manifestarse de múltiples formas:

Niño Adaptado Sumiso:

  • Busca constantemente aprobación: “¿Está bien lo que digo?” “¿Lo estoy haciendo bien?”
  • Tono de voz infantilizado o débil
  • Postura corporal encogida, mirada hacia abajo
  • Delega toda la responsabilidad en el terapeuta: “Usted dígame qué tengo que hacer”
  • Responde con monosílabos o espera que el terapeuta “adivine” lo que necesita

Niño Rebelde:

  • Actitud desafiante o provocadora
  • Llega tarde repetidamente, no hace tareas acordadas
  • Contradice sistemáticamente las observaciones del terapeuta
  • “Sí, pero…” como respuesta constante
  • Sabotaje inconsciente del proceso terapéutico

Niño Libre (en desborde):

  • Explosiones emocionales sin capacidad de contención
  • Demandas inmediatas de soluciones mágicas
  • Dificultad extrema para reflexionar sobre su experiencia
  • Necesidad de gratificación instantánea

El dilema ético que esto representa

Cuando un consultante permanece anclado en el Estado Niño, la sesión terapéutica no puede desarrollarse de manera efectiva porque:

  1. No hay autonomía ni responsabilidad: El consultante espera que el terapeuta “lo salve” o “lo arregle”, en lugar de empoderarse en su propio proceso.
  2. Se establece una dinámica de dependencia: Si el terapeuta responde desde su Padre (sea Crítico o Nutritivo), refuerza el patrón disfuncional en lugar de transformarlo.
  3. No hay capacidad de integración: Sin el Estado Adulto activado, el consultante no puede procesar conscientemente lo que emerge en la sesión.

Como terapeutas integrales, nuestra tarea no es “rescatar al niño”, sino invitar al Adulto a emerger para que pueda abrazar y sanar a su propio niño interior.

Cuando el consultante llega en “rol de padre”

¿Cómo lo identificamos?

Un consultante en Estado Padre también presenta desafíos específicos:

Padre Crítico:

  • Juzga constantemente (a sí mismo, a otros, incluso al terapeuta)
  • Postura rígida, tono de voz autoritario
  • “Debería”, “tendría que”, “no es correcto” como lenguaje recurrente
  • Resistencia a conectar con emociones o vulnerabilidad
  • Intelectualización extrema de su experiencia

Padre Nutritivo (en exceso):

  • Intenta cuidar al terapeuta en lugar de recibir cuidado
  • Minimiza su propio dolor para “no molestar”
  • “No quiero quitarte tiempo”, “seguro tenés cosas más importantes”
  • Se preocupa más por los demás que por sí mismo durante la sesión
  • Dificultad para recibir sin dar algo a cambio

El dilema ético que esto representa

Cuando un consultante permanece en Estado Padre:

  1. Hay una falsa sensación de control: El consultante cree que desde la rigidez o el sobre-cuidado está manejando la situación, pero en realidad está evitando el contacto genuino con su experiencia.
  2. No hay espacio para la vulnerabilidad: El crecimiento terapéutico requiere que el consultante pueda abrirse, sentir, explorar. El Estado Padre bloquea este proceso.
  3. Se invierte la relación terapéutica: Si el terapeuta no es consciente, puede terminar siendo “cuidado” por el consultante o entrando en luchas de poder.

¿Qué hacer cuando el consultante no puede volver al Adulto?

Esta es, quizás, la pregunta más importante y delicada que enfrentamos como terapeutas.

Primer paso: Intentar la invitación al Adulto

Antes de tomar cualquier decisión, es nuestra responsabilidad ética intentar facilitar el pasaje al Estado Adulto:

Técnicas útiles:

  • Grounding (enraizamiento): “¿Podés sentir tus pies tocando el piso? Respiremos juntos tres veces de manera consciente.”
  • Anclaje al presente: “¿Qué edad tenés ahora? ¿Dónde estamos en este momento? ¿Qué ves a tu alrededor?”
  • Reconocimiento empático sin refuerzo: “Veo que hay mucho dolor/enojo aquí. Es válido. Y también confío en que hay una parte tuya que puede observar esto desde un lugar más amplio.”
  • Preguntas que activen el observador: “Si pudieras ver esta situación desde afuera, ¿qué verías?” “¿Qué parte de vos está hablando ahora?”

Segundo paso: Evaluar la capacidad de transición

Observamos si el consultante:

  • Puede responder a las invitaciones de grounding
  • Muestra señales de auto-observación, aunque sea mínimas
  • Logra modular su intensidad emocional o su rigidez mental
  • Puede sostener el contacto visual de manera equilibrada
  • Responde de manera congruente a las intervenciones

Tercer paso: La decisión ética

Si después de intentos genuinos y sostenidos, el consultante NO puede acceder a su Estado Adulto, enfrentamos una verdad incómoda pero necesaria: la sesión no puede llevarse a cabo de manera terapéutica en este momento.

¿Por qué? Porque continuar sería:

  1. Irresponsable profesionalmente: Estaríamos fingiendo un proceso terapéutico que no está ocurriendo realmente.
  2. Perjudicial para el consultante: Podríamos reforzar patrones disfuncionales o generar una falsa sensación de progreso.
  3. Agotador energéticamente: Tanto para el terapeuta como para el consultante, sin resultados genuinos.

Cómo comunicar esta decisión

La forma en que comunicamos esta realidad es crucial:

Desde la compasión, no desde el juicio:

“[Nombre], noto que hoy hay algo que está haciendo muy difícil que puedas estar presente en tu Adulto. Eso es completamente válido y humano. Lo que sucede es que para que el trabajo terapéutico sea efectivo y respetuoso contigo, necesitamos que esa parte adulta tuya pueda estar disponible, al menos en cierta medida.”

Ofreciendo alternativas, no abandono:

“Lo que te propongo es que tomemos esta sesión para reconocer esto, sin juzgarlo. Podemos hablar sobre qué está pasando que hace difícil esa conexión con tu Adulto, y planificar cómo podemos trabajarlo. También podemos ver si hay algo en tu vida cotidiana que necesite atención primero.”

Manteniendo la relación terapéutica:

“Esto no significa que estés ‘mal’ o que hayamos fracasado. Significa que estoy siendo honesta contigo sobre lo que necesitamos para que este proceso sea realmente transformador para vos. Estoy acá para acompañarte, y parte de ese acompañamiento es reconocer juntos qué es posible en cada momento.”

La importancia de nuestro propio Estado Adulto como terapeutas

Aquí hay una verdad que debemos honrar: solo podemos invitar al Adulto del otro si habitamos nuestro propio Adulto.

Si nosotros, como terapeutas, respondemos desde nuestro Padre Crítico (“Este consultante es difícil”, “No está comprometido”), o desde nuestro Padre Nutritivo excesivo (“Pobre, lo voy a salvar aunque no esté disponible”), o desde nuestro Niño (“Me siento frustrado/rechazado”), entonces estamos participando en una danza disfuncional en lugar de sostener un espacio de sanación.

Permanecer en nuestro Adulto significa:

  • Observar sin juzgar
  • Comprender sin rescatar
  • Sostener límites claros con amor
  • Reconocer nuestras propias limitaciones
  • Priorizar el bienestar genuino del consultante sobre nuestra necesidad de “ayudar”

Reflexión final: El coraje de la honestidad terapéutica

Reconocer que una sesión no puede llevarse a cabo porque el consultante no puede acceder a su Adulto es un acto de profunda integridad profesional.

No es un fracaso. Es una forma de honrar:

  • La complejidad del ser humano
  • Los límites éticos de nuestra práctica
  • La realidad de lo que el consultante puede sostener en ese momento
  • Nuestro compromiso con un trabajo genuinamente transformador

Como terapeutas integrales, nuestra labor no es forzar procesos, sino crear las condiciones para que la sanación pueda emerger de manera orgánica y respetuosa. Y a veces, crear esas condiciones implica decir: “Hoy no es el momento, y está bien. Esperemos juntos a que lo sea.”


¿Te ha pasado alguna vez estar frente a un consultante que no podía acceder a su Estado Adulto? ¿Cómo lo manejaste? Me encantaría leer tu experiencia en los comentarios.

Si sos terapeuta o estás en formación, recordá que estas situaciones son parte del camino de aprendizaje. No estás solo/a en esto. La consciencia de estos procesos es lo que nos hace mejores profesionales y seres humanos más compasivos.


Si te interesa profundizar en el enfoque del Terapeuta Integral y cómo navegar estos y otros dilemas éticos y prácticos, te invito a conocer nuestras formaciones en Sanación Almik. Allí trabajamos la integración de técnicas, teorías y, sobre todo, el desarrollo personal que todo terapeuta necesita para servir desde la plenitud.